Nadie sabe nada (de la LOMLOE)

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Una nube densa lo impregna todo en los centros educativos. Un runrún fúnebre por aquí y por allá. Ojeras, malas caras, rostros sombríos. Cuerpos encorvados porque sobre ellos, como una losa, ha caído el peso de la LOMLOE.

El ministerio dice una cosa, la consejería no termina de decir nada estable, la inspección no se entera de la película (normal: aquí no se entera nadie, aunque haya quien simule que sí sabe de qué está hablando). Entretanto, al profesorado se nos achucha para que tengamos ya listas las programaciones, con indicaciones que cambian cada semana.

Un monstruo viene a verme

La LOMLOE se ha convertido en una pesadilla recurrente para el profesorado. Un engendro de 8 cabezas (como 8 competencias específicas), con 23 tentáculos (como 23 criterios de evaluación), otras tantas garras (como rúbricas) y 46 ojos (como saberes básicos) nos persigue y nos echa su aliento ponzoñoso sin dejarnos descansar.

La burocracia nos come los pies. La inmediatez de la tecnología y la obsesión por tenerlo todo registrado provocan que la mayor parte de nuestro tiempo lo dediquemos a tonterías en vez de a preparar clases y materiales o a hablar, pensar en voz alta, discutir, escuchar… Cosas cada vez más raras en los claustros.

Dándole la vuelta a la máxima filosófica, hemos llegado a: No pienso, luego registro. De eso se trata. No es algo nuevo, pero en los últimos tiempos se ha acelerado a marchas forzadas. Eso se ha comido todo lo demás. Es la prioridad. Y en casa, también. Ahora sufrimos la parálisis de la programación. Esa enfermedad tiene un síntoma muy evidente, el hastío, y se extiende como una mancha de aceite. Después de un mes y medio de clases, seguimos sin poder centrarnos en lo importante.

Doble rasero

Mientras, la Inspección educativa deja vivir a los centros privados y privados concertados, que están trabajando, para entendernos, como siempre, sin las pamplinas y la nomenclatura abstrusa de la nueva ley. Eso significa agrandar la brecha entre aquel alumnado y el de la pública, cuando se supone que estamos aquí justo para lo contrario: para garantizar la igualdad de oportunidades. Parece, cada vez más, que la finalidad última de la norma es conseguir el aprobado general, a cualquier precio, incluida la devaluación del propio sistema educativo. Así se engaña al alumnado, tratándolo como si tuviera tolerancia cero a la frustración, porque la vida no es de color de rosa, con piruletas, unicornios y arcoíris. Esta infantilización es un timo. Quienes legislan nos ignoran y desconocen que lo que queremos es, simple y llanamente, que nos dejen enseñar —nada más y nada menos—; no esta vorágine terminológica sin sentido que nos genera inseguridad y perplejidad. Por otra parte, cuesta trabajo creer que las personas que han asesorado y supervisado en la elaboración de la LOMLOE hayan pisado las aulas en los últimos años.

Parole, parole, parole

La ley señala en su preámbulo: “el cumplimiento efectivo de los derechos de la infancia según lo establecido en la Convención sobre los Derechos del Niño de Naciones Unidas, la inclusión educativa y la aplicación de los principios del Diseño Universal para el Aprendizaje”, pero para ello no dota a los centros de más personal ni disminuye las ratios. Tampoco le mete mano a la concertada, que sigue cobrando cuotas ilegales, segregando y esquilmando recursos que deberían ir a la pública, cada vez más mermada de plazas mientras los centros religiosos —fieles a la máxima bíblica— crecen y se multiplican. De tocar la religión, con el gobierno más de izquierdas de la historia del rock & roll, nada de nada.

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