O cómo convertir a un estoico en un terror burocrático
Quienes están al frente de la Consejería de Educación aprovecharon la pandemia y toda la burocracia generada con ella para controlarnos cada vez más. No hay cosa, por minúscula que sea, que no tenga que quedar debidamente registrada. Hasta para ir al baño hemos de pasar ya un código QR. Se ve que el inmenso placer burorgásmico que sintieron mientras nos obligaban a justificar de mil maneras diferentes que estábamos trabajando en lugar de rascarnos alguna cavidad, que merecíamos —fuera de toda sospecha— el jornal que nos ganábamos, es demasiado para desprenderse de él.
De forma que, parafraseando el dicho, lo que no está en Séneca no existe. La capacidad de maniobra de cualquier docente, la mítica libertad de cátedra (O tempora! O mores!) se ve reducida progresivamente. Hay que dejar constancia de todo. Además, por supuesto, de dar clases presenciales —se olvida que buena parte de este papeleo vano e infinito vino, precisamente, con la excusa de la no presencialidad—, corregir exámenes, trabajos y, ¡faltaría más! colgar cositas en Moodle, Classroom o la plataforma que los parió.
Por si nos aburríamos, no nos fuese a dar por charlar y relacionarnos, el último invento para que gocemos de nuestra profesión son los programas de refuerzo y apoyo y los programas de refuerzo y profundización.
Pasamos mucha parte de nuestro trabajo rellenando informes, actas, dictámenes, etc. y todo el mundo sabe que no son cosas de vital importancia para que no colapse el sistema educativo: más bien, al contrario. Se nos obliga a gastar el tiempo en dejar constancia de que estamos trabajando. Toda esa inutilidad redunda, por ejemplo, en no tener horas para preparar las clases o nuevos materiales. Pero, ¿eso a quién le importa?
Desde FASE CGT, en un ejercicio de dociencia ficción, os ofrecemos este cómic “cuyo parecido con la realidad es pura coincidencia”.