Si está enferma, no se puede atender a toda la sociedad. No saldría a cuenta. No debemos olvidar que la salud, además de individual, es colectiva. Pero es más fácil achacar un fallo particular a una persona que padece que verlo como un problema social.
Causas sociales y estructurales están, muy a menudo, detrás de los casos de salud mental. La falta de perspectivas vitales provoca incertidumbre, estrés, ansiedad. Esto, que ya existía, se ha acentuado con la pandemia y la postpandemia. Aumentan la frustración, la sensación de vulnerabilidad, los cuadros depresivos, las autolesiones…
Trabajo digno
Si a finales del XIX ya se hablaba de la angustia por la falta de empleo, tenerlo hoy no garantiza estar libre de ella. La precariedad laboral hace muy cuesta arriba llegar a fin de mes. Las condiciones laborales peores son las de las mujeres, jóvenes y migrantes, con un 2,5 % más de riesgo que el resto de padecer algún trastorno de salud mental. Tampoco suelen ser buenas las de personas con discapacidad (inicial o sobrevenida), autónomas o del sector cultural. Las jornadas partidas, los horarios interminables, las horas extra, el empleo intermitente, el pluriempleo: todo esto redunda en los eslabones más débiles de la cadena. Infancia y adolescencia no son ajenas a los efectos de un modelo de sociedad psíquicamente insoportable, donde se normaliza la medicalización permanente para aguantar el ritmo de vida, en lugar de permitirnos parar y salir de esa rueda.
¿Dónde estamos?
Somos el país donde se toman más ansiolíticos del mundo. En los últimos tiempos hemos batido el récord en consumo de psicofármacos: + del 10 % de andaluces consume. Una de cada tres consultas en Atención Primaria está relacionada con la salud mental. Asistimos a un aumento y saturación de casos en la infancia y la adolescencia.
El número de trastornos reconocidos por la OMS ha pasado de 106 –en los años setenta– a 370 en la actualidad. Si las causas de esos trastornos no son individuales, la respuesta/solución tampoco debe serlo.
Usted necesitaría un tratamiento, pero no se lo podemos dar
Esta frase la tienen que decir –con impotencia y rabia– profesionales de la Sanidad Pública a muchos pacientes. La Atención Primaria es básica. Con la falta de personal y la privatización de los servicios públicos, en general, y sanitarios, en particular, todo se complica. Listas de espera inacabables, citas cada vez más espaciadas, falta de seguimiento suficiente, consultas privadas imposibles de costear, etc. La insuficiencia de psiquiatras y psicólogos clínicos es abismal. No dan abasto. En sus propias palabras: no se deriva a Salud Mental lo que se debiera. No hay continuidad ni psicoterapia. Entretanto, cualquier médico carece del tiempo para tratar a sus pacientes como quisiera: escucha y atiende lo mejor que puede o se limita a recetar algún fármaco. Se sobrecarga a los profesionales –que sufren cada vez más agresiones– y se “rentabiliza” el tiempo de atención a costa de deteriorarla.
¿Qué hacer en las escuelas?
Existe el riesgo de dejar todo en manos de los técnicos. La solución no son los fármacos. Esto no lo podemos perder de vista. Hay que despatologizar el sufrimiento a través de una actuación interdisciplinar, minimizar los factores de riesgo y potenciar los factores de protección.
Salud es sinónimo de bienestar. En ello es clave lo colectivo, lo comunitario, lo psicosocial. Sin contexto no hacemos nada. La prevención es fundamental. Que se den una serie de condiciones es esencial para ello. Es aquí donde hemos de poner el acento.
La escuela, como espacio de socialización, es ideal para detectar conflictos y debiera serlo también para prevenir situaciones de angustia y anticiparnos a los síntomas e identificarlos cuando se den. No ayuda, desde luego, que el profesorado esté saturado (dar y preparar clases, correcciones, papeleo, tutorías, formación…) y no se encuentre en condiciones ni con herramientas para la gestión emocional. Los recursos de salud mental habría que ponerlos en los lugares de origen, donde se dan los casos, no aislados y fuera de contexto. El sistema sanitario y el educativo deben trabajar conjuntamente, coordinarse para poner en marcha estrategias en colaboración (por ejemplo, de gestión relacional de conflictos). Debe haber más coordinación con los Equipos de Orientación Educativa y que estos –es obvio– no estén infradotados. Se han de llevar a cabo en los centros estrategias y dinámicas por parte de profesionales sanitarios –quienes tienen el conocimiento– para formar y asesorar al personal docente. A veces, el análisis de lo que pasa tiene que ser grupal y la intervención, también. Y la prevención, por supuesto. En consulta se usa mucho la terapia de grupo: esta sería más potente si es con el grupo natural (de estudiantes y de profesorado). La atención en salud mental es de todos los ámbitos: es fundamental que quienes estamos diariamente con grupos de chavales podamos sostenerlos emocionalmente. Nos hace falta más formación al respecto y más tiempo para ello.
No es extraño que el alumnado que presenta algún problema de salud mental sea el de más sensibilidad, el más inconformista, el más crítico con las injusticias. Por eso es importante insistir en las maneras creativas de interacción, desarrollar sus facetas artísticas como forma de expresión de su malestar para que salga y no se enquiste. Las actividades grupales también pueden ayudar. Asimismo, por ejemplo, trabajar desde una perspectiva feminista las relaciones con el cuerpo y el valor de la imagen puede ser una forma de prevención de trastornos de la conducta alimentaria y, en última instancia, del suicidio.
Aunque es difícil, y más a ciertas edades, es importante generar esperanza: Es la sociedad la que está mal, no yo. Eso es lo que debemos transmitir a cada estudiante que necesite ayuda. Frente al individualismo capitalista, los cuidados; frente a la competitividad, el apoyo mutuo; frente al malestar, la creatividad.
Llegado el caso, por supuesto, hay que saber pedir ayuda. En primer lugar, en el ámbito más próximo (familia, amistades) o bien en el escolar (tutor/a, docente con quien se tenga confianza, orientador/a…). El entorno, una vez que es consciente del sufrimiento, respalda para mejorar y tratar de arreglar la situación.
La cara B
De un tiempo a esta parte, entre nuestro alumnado vemos como aumenta la intolerancia a la frustración y al sufrimiento. Con la superprotección y la inmediatez para conseguir lo que deseen les hacemos un flaco favor a la infancia y la adolescencia.
Asimismo, el hiperdiagnóstico y el hipertratamiento a estas edades resultan muy llamativos. Se suple lo que no dan la sociedad ni la familia –el tiempo de calidad, el acompañamiento, el cuidado, la atención, un entorno seguro o, al menos, acogedor– por medicación. Todo tiene una etiqueta y un producto que ingerir. Si hubiera una ratio de profesionales que pudieran dar la atención que se precisa, el consumo de psicofármacos bajaría drásticamente. De hecho, el gasto sanitario derivado del uso de tantos psicofármacos es superior al que supondría contratar al número necesario de psicólogos clínicos y psiquiatras. La excusa de «no hay dinero» no sirve. La Rioja, única Comunidad que ha sacado una ley de salud mental, ha aumentado significativamente la dotación de estos profesionales para tratar de revertir la situación. Esperemos que se sumen otros territorios.
El mensaje de los medios, en los últimos tiempos, hace hincapié en la atención individual en consulta y eso, a veces, no es la solución o se queda corto. Hay sanitarios que medican por la impotencia. Por eso, más psiquiatras no es la solución; o más psicólogos que te quiten la ansiedad con mindfulness (en vez de decirte que pongas la ansiedad y la rabia en interaccionar y organizarte colectivamente para cambiar las cosas), tampoco. En última instancia, no se puede mandar todo a salud mental porque se traslada el mensaje de que se trata de problemas individuales.
Es evidente que los determinantes socioeconómicos (renta, casa, desigualdades, zonas verdes, soledad no deseada) pesan; y que muchas cosas no se arreglan con tratamiento psicológico o psiquiátrico, sino con buena intervención en los grupos. Claro que la carencia de profesionales es brutal. Nadie puede negar que las ratios excesivas en las clases y en las consultas impiden una atención adecuada. Por todo esto, en CGT entendemos que es hora de abordar esta realidad de manera urgente, coordinada e integral.