Recuerdo con ternura a mi padre muchas veces, pero cuando se habla de salario mínimo, saltan a mi memoria algunas de las reflexiones que me hacía, siendo yo aún niño. Seguro que la forma de explicármelo era tan sencilla que por eso mismo mi mente infantil captaba la profundidad de lo que me decía. Cuando me hice joven eran frecuente nuestros desencuentros, no en el análisis de los sucesos donde casi siempre coincidíamos, sino sobre todo en las consecuencias y actuaciones que como personas debíamos acometer. El sentido ético de la conducta, orientada siempre al bien común, fue un regalo que mi padre me hizo y del que le estoy profundamente agradecido.
Pero vayamos al grano del pensamiento paterno sobre esto de las subidas salariales. Trabajando desde los 12 años en un comercio local, una pequeña tienda de efectos navales, su visión de la economía tanto en esa escala como en la de su hogar eran ciertamente sabias. Me decía que lo importante no era si el salario subía o no, sino si ese salario permitía vivir. Porque aumentar los salarios sin controlar precios tiene como consecuencia el incremento de los mismos y al final las subidas salariales generan más pobreza.
Me ponía el ejemplo de una barra de pan. Si la barra de pan no tiene un precio fijo, al subir los salarios de quienes recolectan el trigo, quienes fabrican la harina, quienes envasan, quienes transportan hasta la panadería, quienes trabajan en ella, quienes despachan el pan o incluso quienes lo reparten por las casas, también subirá el precio del pan. Y me decía ¡ojo!, porque igual todo sube de precio por encima de lo que suben los salarios y al final perdemos dinero con tanta subida. Pensaba mí querido padre que determinados productos debían de tener precios estables, planificados por el Estado, para garantizar que las necesidades básicas de la población estuvieran cubiertas con los salarios que se cobraran. Porque el salario no tiene un valor absoluto, sino relativo en función de que ese salario permita adquirir lo necesario para vivir. El dinero que se recibe en el salario es un mero intercambiador de energía humana, y si el precio de esta energía fluctúa los objetos y servicios que se realizan con ella también fluctuarán, así como el juego, caprichoso de la economía de mercado, de la oferta y la demanda.
Aparte de las cautelas del acuerdo y de las condiciones impuestas por el gobierno, que ya tiene cálculos sobre que no se cumplirán, ¿Qué es lo que está mal en subir el salario mínimo? Pues que, o se controlan por ley (igual que el salario mínimo) los precios de los productos básicos, o no hay nada que hacer. Mejor sería para todos que bajaran los precios aunque no se suban los sueldos. Pero cuando alguien habla de control de precios salen los ayatolas del capitalismo enarbolando el libre mercado. Gobierno y patronal saben que las personas tenemos derecho a vivir dignamente, entonces ¿por qué no decretan una ley que garantice eso? Y punto. Los que ganan millones y millones les va muy bien este sistema que entrampa al pueblo hasta la extenuación y encima se desentienden del destino de las personas, porque de eso nada dice el libre mercado. Quienes están con el agua al cuello cualquier día del mes nada ganaran, posiblemente pierdan con esta subida salarial y con seguridad se perderán empleos cuando el pequeño empresario, que va por derecho, deba subir sueldos mientras los costes aumentan y los beneficios no paran de reducirse. Esta situación lleva años produciéndose basta pasear por el desierto empresarial del centro de la ciudad, con multitud de negocios cerrados.
Fdo. Rafael Fenoy Rico