En las instrucciones que comunicó la Consejería de Educación a principios del presente curso para la organización de este en relación con la actual pandemia, se abría la puerta al uso de plataformas diferentes a la Moodle implementada por la propia administración para la atención telemática del alumnado en esta nueva situación. Quizás a primera vista pudiera parecer una medida positiva, que flexibiliza la forma de atender al alumnado, pero: o bien nuestra administración no es consciente de los peligros que entraña abrir el uso de plataformas, como por ejemplo Google Classroom, o bien esos riesgos le son indiferentes o, peor aún, le gusta introducir el mercado privado en el ámbito educativo.
Desde hace años, la sociedad está acostumbrada a que empresas como Google, Facebook, etc. le ofrezcan servicios como el correo electrónico, almacenaje en la nube o simplemente el uso de una herramienta de comunicación de forma gratuita. Pero ¿es realmente gratuita?
Cuando un servicio es gratuito, es que tú eres el producto. Así reza uno de los axiomas que rigen en este ámbito. En realidad, no es algo novedoso, ya sucedía en los ochenta cuando en determinados locales de ocio las mujeres entraban gratis, mientras que los hombres debían pagar. Nadie caía en aquel entonces en el sexismo implícito de aquella práctica, que lo que buscaba era asegurarse la presencia femenina como carnaza para el sector masculino. Es más, se veía como normal. Eso mismo sucede en la actualidad con estos servicios “gratuitos” del ciberespacio. A cambio del servicio, estas empresas comercian con nuestros datos, y no somos conscientes porque la mayoría de las veces aceptamos las condiciones automáticamente, porque, seamos sinceros, ¿quién se pone a leer la cantidad de páginas de letra pequeña, ofrecida muchas veces en un formato casi ilegible, plagada de tecnicismos que a duras penas llegamos a entender en su totalidad?
Esto nos lleva a la segunda cuestión, ¿cuántos de nosotros hemos calmado nuestra conciencia diciéndonos: si yo soy uno más sin importancia, qué van a hacer con mis datos? En una charla Tedx titulada de manera similar —¿Por qué me vigilan si no soy nadie?— la periodista y activista Marta Peirano, autora del volumen El enemigo conoce el sistema, afirmaba que cometemos tres errores: infravalorar la cantidad de información que producimos cada día, despreciar el valor de esa información y considerar que nuestro principal problema son las agencias gubernamentales como la NSA, pero en este último caso no somos conscientes de que no les hace falta espiarnos, porque somos nosotros quienes les ofrecemos nuestra información, ya que nuestra vida se desarrolla en casas de cristal. Casas de cristal que construimos cada vez que aceptamos las condiciones de esas empresas que mencionábamos arriba y pensamos que nos están ofreciendo un servicio gratuito.
Si esto ya de por sí es peligroso, de cualquier modo, somos nosotros, adultos, los que las aceptamos, pero es aún más peligroso cuando por nuestra parte, por la de los equipos directivos de nuestros centros educativos y por la de la propia administración, se permite que millones de datos de menores se ofrezcan a estas compañías. Y hablo de millones. Marta Peirano recoge el caso del diputado alemán Malte Spitz, que reclamó a su compañía telefónica todos los datos que tenían sobre él, y el volumen de datos recogidos en seis meses acerca de esta persona eran equivalentes al triple de la extensión de Guerra y paz de Tolstoi.
Podréis oír la cantinela por parte de esos agentes (administración, equipos directivos…) de que Google Classroom y sus equivalentes son entornos cerrados, seguros, que no hay peligro. Pero no es real. Héctor Balderas, fiscal general de Nuevo México, presentó una demanda contra Google en la que acusaba de espiar a menores con propósitos deliberadamente oscuros, detallando que entre dicha información estaba “dónde se encuentran físicamente, las páginas web que visitan, lo que buscan en el motor de búsqueda de Google y los resultados en los que hacen click, los vídeos que ven en YouTube, su información personal de contactos, sus grabaciones de voz, las contraseñas que guardan y otra información sobre su comportamiento”, que incluye minar las cuentas de email de los estudiantes, con la finalidad de extraer información sobre ellos y sus datos con propósitos publicitarios. Y en esa demanda no hacía referencia solo al uso del buscador, sino a G Suite for Education que engloba herramientas como Drive, Classroom, etc. Pero no es eso lo más preocupante, sino que la propia empresa lo reconoció en un interrogatorio del Congreso de los EE.UU. Venta y uso de datos con propósitos publicitarios es lo que denuncia dicho fiscal general, pero ¿y si la información, por una brecha de seguridad o un ciberataque, cae en las manos que no debe? Las consecuencias ahí pueden ser desastrosas e incluso pueden incluir la seguridad personal. Y no es solo en EE.UU., sino que ya ha habido iniciativas en España que denuncian el uso de estas plataformas en educación, llevando incluso a la Comunidad de Madrid a prohibirlas, como fruto de la presión de familias preocupadas en la salvaguarda de la seguridad de sus hijos.
Más allá de la venta de datos y el uso de redes sociales, queremos incluir aquí además prácticas inocentes de uso de determinadas apps en móviles y otros dispositivos electrónicos como juegos, etc., que también pueden ser perjudiciales por crear adicción. Bruno Patino, director editorial del canal Arte France, en su recentísimo libro La civilización de la memoria de pez, señala que “aunque teóricamente existe un límite de edad […], las plataformas se dirigen en realidad a los más jóvenes. En los niños, la capacidad de tomar decisiones demasiado razonadas sin sucumbir a la tentación de lo inmediato todavía no está plenamente formada. […] Cuando los estímulos son demasiado numerosos durante la infancia, se crea un cierto cansancio en la toma de decisiones y el sujeto abandona la lucha contra el placer inmediato que procede de la respuesta a un estímulo electrónico […]. Además, la satisfacción instantánea produce dopamina, una molécula […] que produce deseos de repetir la experiencia. La adicción es una dependencia de la dopamina”1.
No son estos los únicos daños que producen. Están otros como la esquizofrenia de perfil, la atazagorafobia, etc. Incluso centrándonos en el ámbito cognitivo y el uso de plataformas educativas, podemos decir que la construcción del conocimiento que hace el individuo a través de estas plataformas online es menor. Pedro Baños, que fue Jefe de Contrainteligencia y Seguridad del Cuerpo del Ejército Europeo en Estrasburgo, en su libro El dominio mental señala que “la lectura de artículos online hace que se retenga y comprenda menos la información que si se leyera impresa. Lo cual deja constancia de que la información procedente de la Red establece una relación más superficial con quien la consume […] y tiene un efecto cognitivo percibido, en detrimento de un efecto cognitivo real, lo que significa que las personas creen poseer un dominio de la información así obtenida mayor del que en realidad tienen”2.
La creación de este conocimiento superficial —más allá de las consecuencias que pueda tener en el ámbito académico—, la proliferación del desorden en la información, las noticias falsas, el desmoronamiento de la información, en definitiva, es la consecuencia principal del régimen económico elegido por los gigantes de internet, un cibercapitalismo que, como señalan ya muchos, con sus herramientas incluso llega a dañar nuestras democracias.
Así pues, y concluyendo, podemos afirmar que abriendo la puerta a estas empresas al ámbito educativo, la Consejería de Educación de Andalucía consiente, conscientemente o no, dichas prácticas lesivas para un numerosísimo grupo de menores realizadas por dichas grandes empresas. Y es que, como dice el refrán, cuando el zorro predica, no están seguros los pollos.
1 Patino, Bruno: La civilización de la memoria de pez, Madrid, Alianza, 2020, págs. 35 y 36.
2 Baños, Pedro: El dominio mental, Barcelona, Ariel, 2020, pág. 108.
ENTRADAS RELACIONADAS: