Suicidio Laboral

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Porque eso es y seguirá siendo más allá de que la existencia de esta persona, de este compañero, haya terminado. Seguirá presente en el corazón de quienes le conocían, que son sabedores de la inmensa desdicha que acabó llevándole a actuar de esta radical forma.

Quitarse la vida no debe ser sencillo, dado nuestro estado natural de alerta para aferrarnos a ella. Quienes piensan en blanco y negro, quienes sueñan, más que viven, en un mundo bicolor, en una dialéctica dual entre contrarios, el bien el mal, el ying y el yang, verdad o mentira,… poco perciben de la profunda complejidad del sentimiento humano, de la psicología poliédrica que conforma nuestra frágil, nuestra difícil existencia. Y siempre acaban culpabilizando a la víctima. Y es sin duda la víctima, porque el final del más complejo raciocinio este hombre lo ha perdido todo.

¿Qué lleva a una persona a realizar este postrer y dramático acto? Esta pregunta suele tener una respuesta sencilla: Perdió el sano juicio. Respuesta que más que intentar comprender pretende tranquilizar el ánimo, porque el hecho es brutal. Otras personas implicadas aunque sea muy, muy tangencialmente con el asunto, utilizan esa respuesta buscando calmar una cierta dosis de remordimiento. Porque es verdad aquel dicho de “entre todos la empujaron y ella sola se tiró”.

Tiempo, el que ya no le queda a este hombre, tienen quienes le conocieron y trataron para reflexionar colectivamente sobre este suicidio laboral. Porque la raíz se encuentra en el infierno que la víctima vivía durante su tiempo laboral en la empresa LISAN, encargada de la limpieza en el Hospital Punta Europa de Algeciras. Cuando una persona trabajadora no puede, como se suele decir, “con su alma”, y enferma psicológicamente, de verdad, precisamente porque la actividad laboral genera estrés y ese estrés enrarece las relaciones interpersonales, estamos ante una enfermedad profesional.

Y cuando a la empresa se le advierte, por activa y por pasiva, del enorme estrés que provocan sus decisiones organizativas, por falta de contrataciones, en las personas trabajadoras por la sobrecarga de trabajo y la nefasta política de ahorro por no sustituir permisos, vacaciones bajas o licencias: ¿No puso algo más que un grano de arena en este infeliz desenlace?

Y si quienes saben de esto, especialistas médicos que dan una baja médica, será porque el conocimiento de la enfermedad es capaz de diagnosticar y de ayudar a recobrar la salud. Y cuando la salud se pierde cada persona precisa de tiempos distintos para recobrarla. No hay un estándar de recuperación y no hay tratamientos únicos infalibles. Y si estas personas especializadas entienden que la persona debe seguir de baja ¿Por qué llega alguien, con la potestad que la ley le da, y dice todo lo contrario? Que empuja a un funcionario médico, y se dice uno adrede para excluir a la clase médica, que además no es especialista en la materia, a establecer que la baja médica debe cesar y que la persona trabajadora debe incorporarse, sí o sí, a su puesto de trabajo. Y cuando el resultado de esta barbaridad, de esta temeridad, acaba con el suicidio de quien la especialidad psiquiátrica da por inhábil laboralmente, ¿Qué ocurre?
Pues, de momento, no pasa nada y se pretende colgar a la victima las consabidas etiquetas, que exculpan a todos de la inmensa responsabilidad que tienen y siguen teniendo, porque la máquina no cesa de producir estrés y no para de dar altas de “oficio” sin tener ni pajolera idea de la real incapacidad e infierno en el que las personas enfermas viven.

Evidentemente esta manera de no ver a las personas, esta manera de tratarlas como ganado, (con el debido respeto al mundo animal), tiene que cambiar radicalmente tanto en el entorno laboral como en los procesos de evaluación de las bajas por enfermedad. Que la tierra te sea leve, ¡Compañero!

Fdo. Rafael Fenoy Rico