Desde los tiempos de la Grecia Antigua, la confrontación entre filosofía y poder ha constituido un trending topic de la situación fáctica de la primera frente a la segunda. Bien se sea un Diógenes, fanal arredra-alejandros en mano, o se opte por pasear por las públicas plazas escupiendo preguntas en derredor (a la par que inspirando incomodidades), lo cierto es que el ejercicio filosófico ha devenido alzarse como un molesto tábano zumbando al oído de un buen número de gobernantes y regímenes.
Por todos estos motivos y gracias a su capacidad aglutinante y fundamental, este ejercicio filosófico se ha visto, irónicamente, sustentado únicamente en aquellos casos en los cuales la conveniencia interesada de algún régimen necesitaba de él para poder dar un fuste adecuado —o una programática tarea, también— a un sistema de pensamiento y de representación de la realidad que garantizase la pervivencia del poder político que lo invocaba. Me ahorro ejemplos, de los cuales la historia está llena, desde los tiranos de la antigüedad más clásica hasta los más terroríficos regímenes de nuestros días…
Y centrándonos en eso, en nuestros días, ¿qué significa actualmente ser filósofa o filósofo, dedicarse a la filosofía, plantear y practicar un pensamiento crítico, reflexivo, comprensivo (y comprehensivo)? ¿Qué necesidad o pertinencia tiene y supone el hacer filosófico en una sociedad encuadrada en un escenario postindustrial, postposmoderno, postliberal, tecnificada como nunca y virtual en un porcentaje cada vez más elevado de su realidad material, enfrentada a desafíos y retos tan acuciantes y perentorios como el incipiente debate transhumanista o el conflicto ambiental, por no referirnos, también, al resurgimiento de formas totalitarias y absolutas de ocupación del espacio social de la democracia, aquella que, 26 siglos atrás, naciera en las orillas del mar Jónico, a la par que se enfoscaban los cimientos de la sociedad occidental como la conocemos?
Como verán, los interrogantes ocupan un lugar privilegiado en el suelo vital del hacer filosófico, invocando ese carácter escrutador de los infantes, que comienzan a elevar la vista más allá del alcance al que sus primeras pisadas, torpes, les llevan… Preguntar está en el origen mismo del ser de aquel homínido que levantó la vista por encima del maizal que le cortaba el paso en su avance por la sabana africana, en pos de la pervivencia… Hace 1,2 millones de años de eso. Ser. Tiempo.
Y es que de un tiempo, el que narramos y vivimos, a esta parte, estamos asistiendo a una programática, deliberada, calculada y perfectamente pergeñada estrategia para disminuir (cuando no eliminar) de los espacios educativos y de formación el hacer y decir filosóficos, en un intento de segar de raíz una enredadera de comprensión que debiera ser no simplemente ornato tradicional y accesorio sino la raíz misma del diseño curricular y programático de los planes de estudio, honrando su origen generatriz del saber. Queramos la utopía hoy para mirar con otros gestos, mañana, las realidades.
Y así, con esa mirada comprensiva que el oficio nos impone, intuimos que esta progresiva minusvaloración, cuando no supresión, de la filosofía en nuestras aulas se debe a varias razones, simples, como las ecuaciones que sustentan las grandes teorías, pero terriblemente complejas, como el aparato matemático que ha de desarrollar aquellas.
La primera de las mismas no supone sino el servilismo absoluto a la inmediatez, la glorificación sectaria y acrítica de la velocidad: dentro de sociedades donde la lógica predominante que las sustenta se basa en el consumo —cuanto más, mejor— alzado como divinidad de las nuevas realidades sociales laicas, la filosofía, como hacer tranquilo, pensar reposado y mirar sosegante, choca frontalmente (o hace peligrar) con ese vértigo y vorágine inopinada en la que se ha convertido la existencia material de un porcentaje de población elevadísimo, volviéndose demente y desquiciante, a la vez, un existir arrebatado al tiempo, al propio, el que necesita una existencia… Si el filosofar pudiera enlatarse como una bebida energética de esas que consumen peligrosamente nuestros adolescentes a la puerta del instituto, para encarnar aún más esa velocidad…, si el filosofar se pudiese meter en una lata refrescante, la ruina estaría asegurada para el promotor de la empresa, ya que sus efectos, al contrario, son de estímulo del reposo y la calma, y no la promoción del consumo voraz sin conciencia.
La segunda de la razones por las que se me antoja incómoda y molesta la filosofía viene cifrada por el hecho de no obedecer, callada y aquiescente, a los intereses de los poderes fácticos, sino que el hacer filosófico, desde su origen más primordial, vive en el lenguaje: más allá de toda la dimensión técnica que millones de años atrás convirtiera a este homínido evolucionado en la persona que actualmente es, lo más característicamente humano, por encima de las fabriles habilidades, no es sino el prodigioso milagro de hablar… Proferir no como la capacidad técnica del lenguaje de desarrollar contenidos comunicativos, aptos para la supervivencia de la especie (por cierto, la del grupo humano de los filólogos clásicos está en franco peligro de extinción por el depredador-legislador, casi como nosotros), sino como la más simbólica y metafórica posibilidad de crear mundos, de ser el lugar mismo de la existencia. El lenguaje que convirtió aquel hueso y aquel sílex en el silicio de una inteligencia artificial que ha de contribuir a controlar la posibilidad de la existencia humana y no más bien a esclavizarla en un horizonte de máquinas con capacidad de decisión técnica, pero que jamás serán capaces de entender una poesía más allá de los grafos de sus versos… Somos lenguaje. Y la filosofía lleva siglos cuidando y mimando lo que ese lenguaje es, que no es sino nosotros mismos.
Por último, la filosofía, además de sosiego, calma, asombro y lenguaje es admiración, admiración respetuosa que llevó a aquellos griegos primitivos (muchas culturas antes, también) a mirar al cosmos y escudriñar una explicación comprensiva de lo que se abría en derredor, desarrollando explicaciones, sistemas y cálculos para que aquel universo de estrellas fuese también un universo de sentido y el interrogante que se alzaba a vista de pájaro en la noche estrellada fuese contestado en relatos que sirviesen de consuelo al asombro, que no al ansia (de poder). Responder al cosmos, orden, determinación… Cosmos que se abría delante del eje de la mirada del observador, pero cosmos, orden, que se abría también al interior, al espacio insondable que reside detrás de la mirada, constituyendo la conciencia —cósmica— de la especie: entre la astrofísica y la astrobiología y la ciencia cognitiva, con todo el programa más avanzado de la neurociencia y la neuropsicobiología, solamente vive una cosa… un cuerpo —animado— que ha mirado al cielo y ha subido a él buscando la emoción que palpita en su interior. ¿Quién teme a la filosofía? Aquellos que no creen en las personas; y apuestan por un futuro de humanos convertidos en máquinas, en autómatas irreflexivos y serviles, totalmente despojados de la mágica capacidad del asombro y la admiración.
Por todas estas razones, y aún alguna más, pedimos de las autoridades educativas pertinentes que devuelvan al currículum el espacio que la filosofía merece y necesita para que pueda mostrarse a las futuras generaciones el pensar comprometido y compromisario y que hemos cifrado en las siguientes reivindicaciones:
- La vuelta a las aulas en el último curso de la ESO de una materia obligatoria, con una carga lectiva de, al menos, dos horas semanales, donde se traten, desde una óptica filosófica, aquellas cuestiones que la reflexión moral y cívica requieren, y que venga a complementar de manera reflexiva la asignatura de Valores Cívicos y Éticos que la LOMLOE ha dispuesto para 3.º, y dotando a esta, eso sí, de una carga horaria similar a la de 4.º, para que se profundizaran entre los dos cursos en todas las temáticas y desafíos que la acción humana genera en las sociedades actuales.
- Lo primero, curricularmente obligatorio, no sería óbice para que, de manera optativa, pudiera seguirse ofertando la actual asignatura de Filosofía en 4.º, que ha decaído en favor del Emprendimiento en la oferta de optativas.
- Igualmente, para poder asegurar todas las competencias y saberes básicos que el MEFP establece y dispone en su diseño curricular, pedimos que las asignaturas de naturaleza filosófica en el Bachillerato vean incrementada su carga horaria en, al menos, una hora en cada uno de los cursos que componen la etapa, pudiéndose introducir de nuevo en la Prueba de Acceso a la Universidad, toda vez que ha recuperado la Historia de la Filosofía en 2.º de Bachillerato su troncalidad en todos los itinerarios.
Sustentamos estas peticiones en el firme convencimiento de que, además de lo ya expuesto, el estudio filosófico para la etapa obligatoria de enseñanza resulta crucial a la hora de poder desarrollar una ciudadanía crítica, reflexiva y compromisaria de un tejido social que respete, promueva y salvaguarde los valores y principios que un escenario como es el entorno europeo al que pertenecemos —así como el marco internacional— más amplio necesita. La propia UNESCO otorgó en París en 1995 a la filosofía este carácter privilegiado y preeminente, como depositaria de una tradición cultural y política que atesora los valores sobre los que se quiere fomentar las sociedades del futuro.
No comprendemos que, dentro del diseño competencial, transdisciplinar y aglutinante de la nueva ley educativa, se haya denostado el ejercicio crítico que la filosofía provee, como invoca el dictamen de la UNESCO referido más arriba.
Tampoco podemos entender que se elimine la posibilidad de una propedéutica de la formación filosófica en la etapa obligatoria, dejando ésta solamente a la posterior postobligatoria y creando así una brecha elitista entre aquel alumnado que opta por un bachillerato y el que deja sus estudios en la ESO, o prefiere encaminarse al mercado laboral por la vía de una formación profesional de distinta índole: se les niega a estos, por tanto, la posibilidad de recibir una formación básica, pero suficiente, en materia filosófica.
Concluimos, en resumen, que es viable y posible que se revise la oferta de optatividad para 4.º de la ESO, según hemos referido, compensando el bloque de Humanidades frente a los técnicos y lingüísticos. Igualmente es revisable la carga horaria de todas las asignaturas obligatorias, recuperando espíritus de leyes previas y dando cuenta de la ampliación de temáticas, como por ejemplo las ambientales o de género que se pretende que se traten desde las materias de diseño del departamento.
Pero, sobre todo y por encima de todas las razones expuestas, está el mandato de la voluntad soberana, en la que reside la razón misma del Estado de derecho: queremos recordar, como cierre de este escrito, que la totalidad de la Cámara Baja de nuestras Cortes, adoptó por unanimidad en 2018, mediante Proposición No De Ley, el acuerdo de garantizar materias de contenido filosófico, con carácter obligatorio, para los cursos de 4º ESO y los dos niveles de Bachillerato. Con la situación fáctica en ciernes no se respeta dicho mandato, generándose una situación de claro incumplimiento de la voluntad que la Cámara representa: el pueblo de España. Hacer cumplir los acuerdos es respetar las instituciones que los posibilitan.