Parece que fue ayer, aunque haya pasado un siglo, cuando Celestín Freinet se incorporó como maestro de primaria a la enseñanza pública, después de la guerra, en 1920. Su pedagogía popular no se sonroja de llamarse así, ya que humildemente sabe que no puede confundirse con las denominaciones que posteriormente se harían de partidos políticos o cadenas de radio. Su escuela está íntimamente relacionada tanto con la esfera familiar como social. Se trata de una escuela abierta, activa, cooperativa. Intenta que el alumnado aprenda haciendo y realice pensando. No se ata al memorismo como único método de aprendizaje. La principal misión de la escuela popular es ayudar a las potencialidades de cada uno, sin discriminaciones ni preferencias.
Hoy en día la educación pública se ha alimentado poco a poco de esta línea que entonces se llamó escuela moderna, muy diferente a la antigua usanza de la escuela que preconizaba que “la letra con sangre entra”. Como nos decía don Antonio Gil Muñiz: “La letra con sangre entra, pero con la del maestro”. Bien sabemos que la sangre no tiene que llegar al río y mucho menos a la escuela, donde se nos daban palmetazos, se nos ponía de rodillas, no faltaban las tortas ni los tirones de patillas o de orejas…
Hoy ya los maestros no tienen modelos autoritarios que imitar, como la de aquel maestro que para llamar la atención de quien se distraía le tiraba una tiza, igual que habían hecho con él en los años cincuenta. Así la lección magistral pasó a mejor vida para no habitar entre nosotros ni sobre nosotros.
La escuela pública no es maniquea y no se siente ni se asienta frente a la privada o concertada. Allá ellas con sus problemas y sus especulaciones tanto teóricas como económicas, religiosas o liberales.
La escuela pública, aunque le hayan camuflado su verdadero espíritu popular con denominaciones de CEIP y de IES, sigue adelante a pesar de algunos olvidos oficiales y carencias administrativas que sufre, o atenciones que le cuesta recuperar. Pero es la escuela pública la que puede mirar a los ojos de todos los españoles sin sonrojarse, porque no se arroga el derecho de seleccionar a su alumnado. La escuela pública sabe, dentro de sus posibilidades y con sus recursos, atender a los alumnos con dificultades, aunque oficialmente no sean consideradas ni atendidas en el ciclo de Educación Infantil, donde más falta hace. Se propone cubrir y garantizar la igualdad de oportunidades, que no consiste en ofrecer a todos lo mismo, sino conceder mayores atenciones a los que más lo necesitan. No procura en ningún momento descargarse problemas y trabajar solo con grupos homogéneos, ya que todos tienen cabida en el ámbito de sus atenciones.
La escuela pública, en vez de elegir a su alumnado, acepta a todos y no elige, como dicen algunos políticos, una educación especialmente parental ni partidista, sino todo lo contrario, procura una educación para la ciudadanía en que todos se reconozcan como iguales, aunque sean diferentes, ya que son dos conceptos y acepciones bien distintos el de diferencia y el de igualdad. Por ello promueve valores éticos y ciudadanos de responsabilidad, de respeto, de colaboración y de compañerismo, donde todos se reconocen, aunque ni los uniformes ni los dogmatismos sean obligatorios. No sienta plaza sobre prejuicios. Por todo ello la escuela pública es integradora.
El profesorado de la educación pública es diverso, pues los concursos de traslados obligan a ello y los profesores no son elegidos “ex profeso” por ningún ente que “a priori” tenga ya un perfil prefijado. La selección del profesorado pasa por una convocatoria pública y una selección explícita en la que tienen que demostrar su preparación y formación. Con estos mimbres es muy difícil que en un centro todos piensen y actúen de igual manera. La educación pública es diversa y plural, igual que la sociedad a la que pertenece.
La educación pública no discrimina por razón del sexo, cumpliendo tajantemente así un mandato constitucional tan diáfano y que algunos quieren sembrar de dudosas interpretaciones.
En definitiva, la educación pública es una educación sin dueño, social, participativa y totalmente democrática. Es de todos y para todos. Por ser democrática las familias saben que el sentido propio de la educación es labor de cada familia y que ya va sabiendo de la diversidad de sus formas.
José María Barrionuevo, maestro de Primaria