La educación no se salva con papeles: reflexiones de una maestra

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Que la educación no se salva con papeles lo vivimos a diario. Montañas de reformas nuevas y nomenclaturas al viento: rimbombantes, mal o biensonantes, rodeos, eufemismos, parches… 

Aulas repletas, alumnado diverso, heterogéneo, familias exigentes y burocracia como vía de escape, papeles como cromos en los  que estampamos un nombre y con ello una medida. Medida, siempre de mejora, que rubricamos con el propósito seguro de querer cumplir. Mientras, un solo profesor o profesora para una diversidad cada día más diversa.

Fuera de ironías y entendiendo al individuo como único, no me considero partícipe de los llamados  grupos buenos y malos. Iría contra mi naturaleza de alumna NEAE, ACAI, NEE que necesita un PARA-DIA o un PARA-NEE  o un Pokémon Gigamax con poder divino que haga que su profesora o profesor esté en todos sitios, como Dios. Lo que quiero decir, sin ofender a este tipo de alumnado y de hecho pensado en ellos y ellas, es que la educación no se salva ni con papeles, ni con títulos, ni siglas, ni cromos, ni siquiera con el Gigamax de mi hijo con poderes superiores a los Pokémon normales.  ¡¡NO!! La educación se salva aumentando el personal y reduciendo la ratio. Pero, claro, es más fácil y económico (para el medio ambiente, no) recoger en un trozo de papel una medida, comprometer al funcionario o funcionaria (que es el culpable y la solución) con las propuestas de mejora, a veces, rubricadas por imposición, más que por convencimiento.

Y es que tal vez el funcionariado, en este caso docente, lleva años y días y horas y minutos, observando a este alumnado desatendido pero bien empapelado. Y es que, de nuevo, en la administración como en la publicidad, parece que interesa más el envoltorio que el contenido. El continente que lo contenido. Así es que papeles al viento, al mar, o, al contenedor, en el mejor de los casos…

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