Familias, alumnado y docentes estamos aprendiendo a bregar con esta coyuntura. Hagámoslo sin ansia ni obsesionarnos, con sentido común.
Tras el encierro decretado, miles de escolares y sus enseñantes han descubierto la nueva modalidad del teletrabajo. Como desafortunadamente ha sugerido un presidente de una Comunidad de cuyo nombre no queremos acordarnos, el profesorado no está de vacaciones; el alumnado, tampoco. Y parece que la teleenseñanza ha llegado para quedarse, al menos, durante un tiempo que se nos antoja largo.
De la noche a la mañana, la suspensión de la actividad presencial se ordenó un viernes a última hora y el lunes por la mañana, todo el profesorado andaluz cambió la realidad del aula por el espacio virtual de las plataformas educativas: Moodle, iSéneca, Google Classroom… Y todo esto sin unas recomendaciones mínimas por parte de la Administración que uniformara el proceso.
Malos tiempos para una enseñanza amenazada por un virus, con una facilidad de contagio, tal que ha puesto en jaque mate a la enseñanza encarnada. La de un maestro, una profesora y solo unas horas a la semana, para responder a unas caras con rostro, a veces de sorpresa, a veces de indignación, y muchas otras de aburrimiento. Pero al fin y al cabo caras… no proyecciones bidimensionales en un espacio imaginario de control telemático.
La enseñanza telemática tiene algunas virtudes, entre ellas la de mantener un contacto necesario, en tiempos de aislamiento. Pero también tiene los inconvenientes de la comida rápida: es poco nutritiva y se reduce la atención al cliente. ¿Alguien ha pensado en esos hogares tensados por decretada convivencia obligatoria en un espacio sin puertas ni ventanas? ¿En la triste realidad de que muchos escolares no disponen de recursos informáticos? ¿En la presión que viven muchas familias amenazadas con despidos y sin posibilidades de llegar a fin de mes? ¿Por qué no se ha decretado la gratuidad de internet en todos los hogares españoles?
En fin, en estas condiciones, estimamos y lanzamos aviso a navegantes: hay que extremar el sentido común y la prudencia. Con la pérdida del cara a cara con nuestro alumnado, corremos el riesgo, en un monólogo con nuestro ordenador, de intentar suplir nuestra necesaria presencia en las aulas por un aluvión de actividades, que pueden terminar ocasionando el fracaso y la frustración de mucho alumnado y, en especial, del que no cuente en su hogar con ayuda, por desgracia, directamente proporcional al estatus socioeconómico de sus progenitores. La igualdad de oportunidades, que ha de ser norte en nuestro trabajo, no debería quebrarse como un azucarillo. No podemos dejar a nadie atrás.
La enseñanza presencial es insustituible. Resulta, por tanto, muy difícil avanzar en nuevos contenidos. Y si lo hacemos tendremos que refinar nuestra pedagogía y adoptar instrumentos y una metodología motivadores y lo suficientemente atractivos para que nuestro intento no resulte estéril y frustrante. Esto que nos parece evidente es producto de muchos años de formación y preparación. Por otra parte, animamos a los docentes a celebrar reuniones virtuales para coordinar la propuesta de tareas al alumnado. Sin coordinación y a solas con nuestro ordenador solemos pensar que nuestra materia es única.
Por esta circunstancia, que se nos antoja decisiva, añadimos algunas ideas, que podéis recomendar en función del nivel educativo de vuestro alumnado:
-dar los buenos días, sin prisas
-colaborar en los desayunos
-aprender a cocinar algo que les guste
-hacer plan de comidas
-responsabilizarse de una tarea doméstica
-leer un libro
-ver una película o un documental con la familia
-apreciar la llegada de la primavera
-hacer una manualidad
-aprender algo nuevo
-realizar actividades creativas/que fomenten la creatividad
-hacer una aportación a la comunidad en la que se vive
-regar las plantas
-sembrar una planta…
Nuestro encierro puede ser una oportunidad única para trabajar la lectura, y para recomendar actividades que refuercen el conocimiento del panorama de crisis social y económica que vamos a padecer. Estas últimas permitirán a nuestro alumnado comprender la difícil situación a la que están condenados muchos hogares andaluces.
Seguro que las familias nos lo agradecerán. Estaremos a la altura de lo exigido por la circunstancia crítica que nos ha tocado vivir y no contribuiremos a propagar la idea de que es posible la enseñanza sin maestros.