Este martes, dos profesoras y un educador social del instituto La Sisla de la localidad toledana de Sonseca sufrieron una agresión por parte del padre de una alumna del centro.
Algo no va bien en esta sociedad nuestra. Cuando un padre o una madre agreden a las personas que enseñan y educan a su progenie, con la que comparten una gran parte de la jornada diaria, es que algo no funciona. Porque ya no se trata de casos puntuales: últimamente nos asaltan noticias de este tipo por toda la geografía nacional, con demasiada frecuencia.
La violencia engendra violencia, y estos son tiempos violentos, muy violentos.
Asistimos al lamentable espectáculo de violencia verbal entre nuestra clase política; en los programas de entretenimiento; en la calle, en el vecindario… Violencia física: agresiones, violencia sexual, acoso escolar, suicidios… Escenas de gritos, palizas y violaciones en películas, series, videojuegos… que, a pesar de ser ficción, nos sobrecogen y van calando en las delicadas mentes de la infancia que las contemplan sin filtros. Y la guerra real que nos muestran con crudeza en cada noticiario, aunque no sea la única en este mundo globalizado.
Que el ser humano puede ser violento no lo ponemos en duda; pero que la evolución de miles de años hasta llegar a la época actual ha alcanzado unos niveles de sofisticación en la destrucción es algo que debería hacernos reaccionar, cuando no reflexionar. Sabemos cómo destruir y destruirnos, pero no cómo acabar con el hambre o la intolerancia.
Con rabia, dolor e impotencia, pero sin dejarnos vencer por estos sentimientos, debemos seguir trabajando desde nuestras escuelas e institutos la paz y la concordia, equilibrar la locura que escupen las pantallas desde las redes y los informativos, y seguir persiguiendo esa utopía que se aleja con cada paso que damos pero que nos hace caminar en busca del mundo nuevo que deseamos, y que tan necesario es.