Corría el mes de mayo del año 1968, cuando llegó el señor Inspector a nuestra Agrupación Escolar y, por aquello de las nuevas tecnologías, nos mostró una proyección al uso con una máquina de cine de entonces. El documental era sobre Ciencias Naturales y, por aquello de que “la primera en la frente para que no cojee”, las primeras imágenes estaban asistidas por una voz en off que nos predicaba que “En el principio Dios creó el Universo”. Como podemos ver, aquella ciencia ya nos mostraba cierta tendencia a subrayarnos el tan defendido y remanente creacionismo norteamericano que todavía nos sigue dando guerra, incluso por todo el mundo. Ante tamaña y categórica afirmación del documental, nunca se nos olvidará la intervención de un maestro que dijo que “Esto no es Ciencias Naturales, sino Religión”. Ni el inspector ni los compañeros, sobre todo, dijeron nada al respecto, ya que conocían al compañero que era un hombre de misa y comunión diaria. Ahora, como resulta que los años vienen unos detrás de otros, a pesar de ello nos sucede que el tiempo parece que se nos ha detenido, ya que todavía seguimos con los tiras y aflojas de aquellos tiempos de enseñanzas tan autárquicas, que aún desarticulan nuestra patria educación democrática.
Ante las recientes declaraciones de la Ministra del Ramo, y no de flores precisamente, se ha levantado, una vez más, una polvareda que es la envidia incluso de los caballos de Atila. El imperio se ha sentido atacado y aquí los Alpes tienen que seguir protegiéndonos, aunque se nos haya dicho en la Sagrada Biblia que “todo monte y cerro será allanado” (San Lucas, 3:5).
Ya es, para nosotros, triste historia toda aquella movida contra la asignatura “Educación para la ciudadanía”, como si se tratara de la entrada de Belcebú, “Señor de las Moscas”, en las aulas. Hoy, sin mosquearnos, sabemos que Belcebú se había instalado, como corrupción política y económica, en unas cándidas almas que habían recibido una esmerada y elitista educación, incluso religiosa.
Ahora se prepara la munición de discursos, que tergiversan “el espíritu de las leyes”, haciendo lecturas interesadas de ellas y volviendo del revés toda frase o palabra, incluso con la artillería de los sinónimos, usando así la patrimonialización de las palabras al antojo de intereses que cada vez nos demuestran que son totalmente particulares y parciales, además de poco democráticos.
El artículo 27 de la Constitución del 78 nos dice que “todos tienen derecho a la educación”. De lo que de ninguna manera nos habla es de la libertad de elegir centros y, menos aún, a alumnos, pues solo habla de la libertad de crear centros. Tampoco afirma expresamente que la formación religiosa y moral sea impartida en los centros escolares, sobre todo, ahora que en las iglesias tienen más sitio y tiempo para las catequesis por aquello de “¡Qué alegría, cuando me dijeron: Vamos a la casa del Señor!”. Tampoco nos dice que la enseñanza no obligatoria sea gratuita, como pretenden conseguir los centros concertados, porque muchos se quedan en cuadros en los niveles no obligatorios.
La joya de la corona (como cualquier otro virus) ha sido la reinterpretación del artículo 14 de nuestra Constitución, la de todos, que nos dice: “Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social”. Españoles con muchos intereses por delante y a sus espaldas usan los términos educación diferenciada (que a todos nos suena a educación discriminatoria por razón del sexo) para hacerse acreedores de todas las “concertaciones” posibles. Los conciertos fueron creados para extender la educación general, no la particular.
De camino, nos acordamos de que ya, hace más de diez años, dijimos que “flaco favor se le hace a la religiosidad y a la religión tratándola como una asignatura más, pues se la empobrece, se la descontextualiza del currículum y calendario religioso, se la desacredita sometiéndola a los avatares de las calificaciones y descalificaciones del alumnado (¿al que suspende se le condena por ignorancia culpable?), y se la desvincula de la vivencia familiar. Además, se irresponsabiliza a las familias que se amparan en el supuesto de sus convicciones, que, a su vez, quedan en entredicho, si el trabajo de convicción lo tiene que hacer un experto. En definitiva, se le quita la autoridad que nace de la ascendencia y prestigio natural, que comporta todo lo que se facilita y promociona en el seno familiar, y se le deja depender de las ínfulas del poder que todo lo corrompe”, pudiendo decir que por apropiación indebida más que por dejación ciudadana. Pues no a la educación desarticulada.
José María Barrionuevo Gil, maestro de Primaria