El Sr Ministro de Educación, del gobierno de España, Sr. Méndez Vigo pretendió abrir el melón de los deberes escolares, en pleno y agrio debate sobre el desarrollo de la LOMCE (Ley Orgánica de Mejora de la Calidad en Educación), que por cierto debería derogarse, y mientras tanto congelar su aplicación. Y aunque a destiempo no sería tarde regular este asunto. Ya en 1973 se suprimieron los deberes en el Bachillerato y en 1984 el otro ministro, Sr Maravall, los prohibió en la entonces EGB (Educación General Básica). En ambas ocasiones esto suscitó un debate en el que expertos universitarios y docentes argumentaban la necesidad de orientar esta práctica pero no prohibirla.
Hace más de 20 años el tema de los deberes en casa fue objeto de un informe de la Inspección de Educación de Francia, que, a diferencia de las Inspecciones de Educación españolas, publica sus informes anuales. Una buena práctica que debería instalarse en este país tan falto de transparencia, ya que quienes ejercen la función pública lo hacen para y por la ciudadanía, no para quienes se dedican a la política, y sus trabajos deben siempre ser públicos.
Hace ahora un año, una iniciativa de la Sra. Eva Bailen, de Tres Cantos Madrid, para la orientación de los deberes, se colgaba en internet en Change.org, y en pocos días recogió más de 75.000 firmas y en dos semanas se superaron 150.000 firmas. El argumentario básicamente se instala en el cansancio del alumnado y la falta de tiempo para convivir en familia, cuando los deberes son excesivos.
La experiencia de mucho docente y familiares del alumnado avalan la necesidad de eliminar el concepto de deberes y regular las posibles actividades para desarrollar más allá del tiempo escolar. Fundamentalmente por dos razones: En primer lugar porque la infancia y la juventud deben gozar de tiempos ajenos a la actividad escolar. Es imprescindible una necesaria desconexión de los efectos de la escolarización, para conjurar la aparición del fenómeno hartura de escuela, que quizás sea uno de los efectos de la escolarización, menos estudiados y que mayor impacto tienen en el rendimiento escolar. En segundo lugar, y con mayor fundamento, el prolongar los procesos de aprendizaje más allá de las aulas, instalándolos en los hogares o en las clases particulares, fomenta la desigualdad de oportunidades hasta límites extraordinarios. De esta forma se esfuma la intención del sistema educativo de aportar a todos y cada uno de las alumnas y los alumnos los instrumentos intelectuales suficientes y necesarios para que puedan, en pie de igualdad, integrarse como adultos en la sociedad que los espera. Por ello se imponen el transformar estos deberes en actividades extraescolares, voluntarias, orientadas hacia la vida, para compartirlas en familia y sin reflejo alguno en las calificaciones escolares.
Rafael Fenoy Rico