Cuatro gráficos para poner en contexto el alarmismo sobre los incendios del Amazonas

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Durante este mes de agosto hemos recibido todo tipo de mensajes de alerta sobre la “tragedia” en forma de incendio que se estaba gestando en la selva amazónica. Nuestra innegable conciencia ecológica -virtual, eso sí- ha quedado a salvaguarda compartiendo titulares y fotos (no siempre auténticas) de los fuegos en la mayor selva del planeta.

La “serpiente de verano” también ha servido a muchos para “hacer algo al respecto”: Leo Di Caprio ha donado cinco millones de dólares al Amazonas; Alejandro Jodorowsky ha propuesto el acto “psicomágico” de plantar un árbol en cada jardín y unas amigas me han invitado a participar en una “danza de la lluvia” para apagar los incendios de Brasil, invitación que he declinado amablemente por dos razones: 1. Porque los actos mágicos y psicomágicos solo funcionan de la piel para dentro y 2. Porque, siendo graves, los incendios amazónicos de este verano no son peores que otros años, más bien al contrario, como me propongo demostrar a continuación.