Tradiciones que se superponen y que acaban desdibujándose a fuerza de mezclar culturas, tiempos e intereses. Desde niños pensábamos que aquello que aprendíamos de nuestros mayores, y que nos trasladaban como elementos inmutables de nuestra cultura, jamás se alteraría. Una de las festividades, porque así se vivía en el ambiente, eran los TOSANTOS. Festividad democrática a más no poder, ya que la muerte iguala a todas las personas y al fin y al cabo una vez fuera de esta vida, todas eran santas. La benevolencia popular se aplicaba pródigamente con los difuntos sin que a nadie se le ocurriera echar en cara lo acontecido en anteriores vidas siempre complejas y llenas de incidencias.
El paso del tiempo ha ido transformando, como siempre ha ocurrido en la historia, esas perspectivas festivas añadiendo, lo que supone casi siempre quitando, elementos nuevos a lo ya conocido. La cita en la Plaza de abastos o mercadillo nocturno, para comprar la cañaduz, castañas, chirimoyas y otras chuches del momento, concitaban la aglomeración de miles de familias que al completo se arremolinaban en torno a los puestos. Al día siguiente la visita prevista al cementerio para recorrer los nichos de los familiares fallecidos con flores incluidas, y observar un espectáculo de color dentro del camposanto. No recuerdo disfraces en esas fechas, si actos religiosos, misas de difuntos o réquiem, olor a incienso y colores morados. En definitiva un culto a los muertos compartido por casi todas las familias del pueblo.
La Iglesia Católica tuvo el acierto de aunar en unas pocas horas dos elementos esenciales de su doctrina. Por un lado reforzar el culto a los muertos, ligándolo al culto y el homenaje a los innumerables santos mártires que, en los primeros siglos de la era Roma fue ejecutando. Urbano IV (dos años de papado) en 1264 plantea rememorar a los Mártires, conocidos y desconocidos compensado de esta forma la ausencia de días del santoral en el año. Aunque ya Gregorio IV, sobre el 800, había indicado el día para hacerlo y que hizo coincidir con una festividad Celta, milenaria, relacionada con los difuntos.
Lo que la política de la Iglesia promovió durante siglos reemplazando y eliminando todos los ritos paganos, desde hace unos años se deshace y surge con fuerza la celebración de Halloween (contracción de All Hallows’ Eve, ‘Víspera de Todos los Santos’), fiesta que ha evolucionado desde el rito celta, añadiéndosele elementos esotéricos, demoníacos, brujeriles, terroríficos que transitan por el ánimo de las gentes más como Carnaval adelantado que otra cosa.
Darle mayor empaque y pretender imponer la cultura religiosa en esas manifestaciones festivas es tarea poco menos que imposible y sobre todo escasamente inteligente, ya que el disfrute de unos disfraces no necesariamente mutila la fe o el sentimiento religioso de quienes se disfrazan y pretenden pasar, normalmente en familia y grupos de amigos, esta fiesta. Y es que aunque el obispo de Cádiz anime al disfraz religioso, además de poder llegar a ser irreverente, no tiene color ante la variedad y atractivo de temas que propone el Halloween.
Fdo Rafael Fenoy Rico