Cuando las asambleas -en cualquier lugar, tiempo o entorno se celebran- van a favor del interés particular de algunas personas, se afanan en elogiar los valores participativos y ciudadanos que esta forma de adoptar colectivamente acuerdos tiene.
Invocar la asamblea como forma normalizada de hacer participes a las personas afectadas en la toma de decisiones colectivas supone un reconocimiento y al mismo tiempo respeto hacia los criterios que cada cual tiene y sostiene, una vez debatido el asunto sobre el que adoptar acuerdo.
No obstante hay quien cuando no le parece que la mayoría de la asistencia respalda sus propuestas formula dudas, quejas o incluso descalificaciones sobre lo que denominan asambleísmo. Por ejemplo se llega a comentar Estamos asistiendo a un progresivo abaratamiento del sistema democrático pretendiendo ser más democráticos que nadie mediante el asambleísmo o las votaciones directas sobre todo lo habido y por haber.
Se llega incluso a denostar a quienes animan esta forma de participación directa por comodones e incompetentes o manipuladores, pues muchas consultas son teledirigidas, cuando no manipuladas. Y más aún cuando se manifiesta que En contra de la apariencia, los que recurren a la consulta sin parar suelen ser los menos democráticos y además unos demagogos
Quienes esta amargura trasladan muestran el fondo su aristocrático sentido cuando se preguntan que Si siempre se cubren las espaldas preguntando a la asamblea, ¿para qué fueron elegidos? Y es evidente que estas personas que insultan y menosprecian a la democracia directa, no comulgan con ella, ya que sólo desean que las gentes participen para elegirlos a ellos y una vez elegidos, con su superior criterio, hacer y deshacer a su antojo, a espaldas de quienes los eligieron. Y es nítido el mensaje porque se llega a manifestar que como tenemos en este país una democracia representativa, y elegimos a alguien presuponiendo que sabe más que el común. Y ahí se equivocan, porque se eligen a personas que representan las ansias, las aspiraciones del colectivo, al que debe representar, y si ese colectivo tiene ansia, necesidad de participar, no sirven los aristócratas sabios que como saben de todo ¿para qué consultar a las gentes? Para ser verdaderamente demócrata hay que aplicar la virtud de la humildad y aplicar la inteligencia que se tenga a comprender, lo que ocurre.
Fdo Rafael Fenoy Rico