Es conocida la expresión querer es poder y siendo en parte una verdad que acompaña a la humanidad desde tiempos inmemoriales, no deja de ser parcialmente cierta. Y la parte de certeza reside precisamente en nuestra capacidad de controlar la voluntad, tanto en cuanto a su intensidad como a su dirección, ya que desear aquello que realmente esté en el campo de nuestras potencialidades es una muestra de sabiduría. Cuando esto es así, la intensidad del querer es el elemento esencial para conseguir aquello que se desea.
Pero no siempre deseamos lo que por nuestros únicos medios podemos obtener. En ese caso, cuando el poder depende de elementos extraños, ajenos a nuestra voluntad, cuando incluso el azar interviene, por aquello de la confluencia de múltiples variables, entonces querer no siempre basta para poder.
Sin embargo, en el ámbito de la conducta humana, donde se supone actúa la libertad, aspecto este nada sencillo de definir, el giro de la frase goza de una amplia veracidad. Porque efectivamente podemos porque queremos. Y es preciso afirmar, contundentemente, que cuando alguien no quiere tampoco puede. En multitud de ocasiones, podríamos si quisiéramos y no llegamos a querer porque no llegamos a creer en nuestra propia capacidad para ello. En este sentido, el contexto en el que vivimos condiciona fuertemente nuestras intenciones. En este sutil, pero real, engranaje del yo y mis circunstancias orteguiano, se desenvuelve la conducta y viene a cuento, el cuento del elefante encadenado a una pequeña estaca, de Bucay. Una estaca que, cuando pequeño, bloqueaba el forcejeo del paquidermo, llevándole a la conclusión fatal de su imposibilidad para liberarse, a pesar de que, en su adultez su fuerza real permitiera lograr su libertad sin dificultad.
Muchos prejuicios, algunos tabús y abundante falta de autoestima, aplastan nuestra voluntad de PODER. En este juego ideológico, abonado por una permanente y sutil manipulación propagandística, llegamos al convencimiento de que ¿para que querer si no podremos hacer? Este razonamiento, que en un estado social y mental saludable sería muestra de sabiduría, manifiesta la mayor de las desesperanzas, provocada por una errónea percepción de las reales capacidades para generar el cambio, para poder hacer aquello que nuestro intelecto concluye como necesario. El adaptado clásico triangulo: Sabiduría para establecer lo necesario, discernimiento de lo imposible, y compromiso transformador, sitúa la reflexión y anima a concluir que: Podemos porque queremos (porque creemos) que otro mundo más humano es posible.
Fdo. Rafael Fenoy Rico