Una modesta proposición para evitar que la prole de la gente pobre de Andalucía se convierta en una carga para sus familias o para el país, y para hacer que sean de provecho para el público en tiempos de Pandemia

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El pasado Día de Todos los Santos, apareció en el desván de nuestra sede de Cádiz este manuscrito titulado Una modesta proposición para impedir que la prole de la gente pobre de Andalucía se convierta en una carga para sus familias o para el país, y para hacer que sean de provecho para el público en tiempos de Pandemia.

El texto está fechado en 1730 y lo firma J. S.

Por sus similitudes con la obra Una modesta proposición para impedir que los hijos de los pobres de Irlanda sean una carga para sus padres o para el país y por coincidir en el tiempo con uno de los viajes de Jonathan Swift por Andalucía, todo apunta a que el manuscrito es una obra original del escritor irlandés.

El texto fue enviado inmediatamente al Archivo de la Universidad de Cádiz para un estudio más exhaustivo, no sin antes haberlo escaneado y transcrito para su difusión a través de nuestra web.

Una modesta proposición para evitar que la prole de la gente pobre de Andalucía se convierta en una carga para sus familias o para el país, y para hacer que sean de provecho para el público en tiempos de Pandemia

Es objeto de tristeza ver por la televisión las calles y los aledaños de los barrios deprimidos llenos de rapaces apiñados que no respetan ni las más mínimas distancias de seguridad y que, cuando se les pregunta, responden que no tienen dinero para una mascarilla comprar. En estos entornos, olvidados de Dios, como en un cuerpo enfermo, la pobreza se hace crónica y la prole se abandona a su suerte. Futura promesa de delincuencia y futuro horizonte de preocupaciones para nuestro reino.

Creo que todas las partes están de acuerdo en que este prodigioso número de niños, abandonados a su suerte en el actual y deplorable estado del reino tras la pandemia, supone una muy grave afrenta adicional; y por tanto quien pudiera encontrar un método justo, barato y sencillo para hacer de estos niños miembros respetables y útiles de la comunidad merecería tanto agradecimiento del público como para colocar su estatua como un salvador de la nación.

Por mi parte, después de dedicar mis pensamientos por muchos años a este importante tema y de ponderar maduramente los varios esquemas de nuestros planeadores, siempre he encontrado que se equivocan de pleno en sus cálculos. Durante demasiado tiempo se ha pensado que la esencia de la obligación escolar era prestar un servicio de ascensor social y, muy confusa e irresponsablemente, una elevada porción de los presupuestos de nuestro reino se ha destinado inútil y estérilmente a la instrucción escolar. Esta ceguera de nuestra gobernanza no ha servido más que para malgastar ridículamente el maltrecho erario público sin mejorar un ápice la miserable situación social de las gentes de esta condición. Es aquí donde celebramos el acierto de la lógica que asiste a los planes que tiene reservados nuestra gobernanza para la escuela que viene, en tiempos de pandemia. Planes que con nuestro escrito pretendemos coronar para acabar de una vez por todas con la miseria en nuestro reino.

Con el número de almas en este reino, estimado usualmente alrededor de ocho millones y medio, habrá unas doscientas mil parejas cuyas mujeres sean fértiles; de tal número resto unas 250 mil parejas, que son capaces de mantener a sus propios hijos pero, concediendo esto, quedarán aún un millón seiscientas mil mujeres fértiles. De nuevo, resto medio millón, para considerar a quienes sufren de abortos espontáneos, o aquellas cuyas creaturas mueren por accidente o enfermedad antes del año. Quedan entonces unos 25 mil infantes nacidos anualmente de familias pobres. La pregunta, por tanto, es ¿cómo se puede criar y educar a este número?

Ahora, por tanto, propondré humildemente mis propios pensamientos, que espero no recibirán la menor objeción.
No creo que nadie sea lo suficientemente desmañado como para no comprender que, en tiempos difíciles, debido a la situación de crisis a la que nos destina la pandemia, se requieren soluciones innovadoras. Y aunque parezca que el sentido común nos aconseja anteponer la salud a los intereses económicos de nuestro reino, este imperativo de prudencia adolece de una falaz apariencia.

Y aquí sigo respetuosamente a los antiguos. Los súbditos no hacen a su reino, sino que el reino hace a sus súbditos. La unidad y conservación de nuestro reino han de anteponerse a los viles y egoístas intereses individuales que no ha sabido doblegar la educación. La terquedad de este microbio que marca los pasos de nuestra crisis ha demostrado su debilidad y predilección por las capas más humildes de nuestros pueblos y ciudades. Y así debe ser. Y es en este contexto donde cobra todo su sentido la buena gobernanza educativa de nuestro reino. ¿Qué sentido tiene saquear las arcas públicas contratando más profesorado y reduciendo la ratio de alumnos? Esta es la primera cuestión que esta modesta proposición viene a aclarar.

Por muy inestables que parezcan los pareceres, es opinión de nuestros doctos hombres de ciencia que la infancia no sufre este mal con severidad ni es muy agresiva su capacidad de propagar. Pero no hay que olvidar aquí otro pilar de nuestra modesta manera de analizar. No hay circunstancia más letal para la conservación de nuestro reino que su senescencia. No hay ninguna duda y espero que ninguna objeción al hecho de afirmar que los milagros de la ciencia médica han ocasionado, como ineludible colofón, el envejecimiento de la población. Una horda de abuelas y abuelos que en los entornos más humildes sirven de sostén básico a sus familiares, al amparo de la maltrecha hacienda de nuestro reino. No es baladí afirmar que, cuanto más humilde es la familia, entre la prole y sus ancianos más complicidad y cercanía hay. Y así, si queremos, como es deseable para superar esta etapa de crisis y alcanzar, la así llamada por los doctos, la inmunidad de rebaño, no hay más remedio que facilitar y fomentar una exposición continuada. Y es en los entornos más humildes donde alcanzaremos los mayores beneficios para el reino.

Si un mocoso se contagia (no hay duda de que tal circunstancia acaecerá en los primeros días de exposición), abrazará y besará asintomáticamente, cada vez que pueda, a sus canosos y cariñosos abuelos. A potenciar esta inmunidad ayudará, sin duda alguna, la falta de higiene y el poco espacio habitable de este tipo de hogar. No se me malinterprete, pero, aún y como una desgracia inevitable, el microbio está trabajando para la salud de nuestro reino. Pensemos en el abanico de posibilidades que se abre si el montante correspondiente al sostén de la senescencia queda liberado para otros menesteres sociales. Muchas personas de espíritu desalentador están preocupadas por el vasto número de personas pobres que además son viejas. Y he aquí que la naturaleza es sabia y puede auxiliar sin remordimiento a la mano invisible que tanto bien armoniza.

La misma contundente y aplastante lógica es aplicable al entorno de trabajo en las escuelas. El mismo mal que asola a nuestro reino, la senescencia, es atribuible al entorno escolar. De tantas reformas y contrarreformas, una legión de canosos y malamañados docentes ha arribado a una situación crítica de inadaptación total para el fin que se les requiere: en la mayoría de los casos carece de la necesaria formación y de la adecuada voluntad para llevar a cabo la reforma definitiva que desde hace mucho, quizás demasiado tiempo, necesita nuestra escuela. Nadie me podrá objetar que Senectud es sinónima de achaques y que este microbio está dotado de una inteligencia natural para detectar la solera de la edad. ¡Qué maravillosa posibilidad nos brinda esta crisis para renovar el paisanaje docente! ¡Qué alegría de que la nueva sangre docente posibilite, por vez primera, crear las condiciones adecuadas para una nueva educación, lejana ya de los fulgores ideológicos y de las evanescentes esperanzas ilustradas!

Vistas las cosas desde este prisma, la situación de crisis sanitaria protagonizada por este bicho invisible contiene una inesperada potencialidad: la de una regeneración total de nuestra población y, en particular, una renovación completa de la escuela para mayor gloria de nuestro reino.

Sería necio y poco recomendable, por parte de los responsables de la gobernanza de nuestro reino, no adoptar una actitud optimista y no ver en esta calamidad una gran oportunidad. Muchos años llevan los sabios hablando de la nueva escuela. Para estos Copérnicos escolares, la nueva escuela debe organizarse para hacer girar el universo escolar en torno a los rapaces. Y es en los entornos más humildes, propios de la que hoy se denomina escuela pública, donde el alumnado debe refulgir con más intensidad. «¿Qué puede significar esto?» se habrá preguntado el curioso lector.

Permítaseme hacer una breve reflexión antes de abordar directamente esta relevante cuestión. Una persona de valía, un verdadero amante de su reino y cuyas virtudes tengo en alta estima, se complació recientemente, al conversar sobre este asunto, en ofrecer un refinamiento a mi planteamiento. Dijo que uno de los mayores problemas de nuestro reino era la incuria y la desafección, que caracteriza a los jóvenes más desfavorecidos, por todo lo que huela a una vida de trabajo honesto. Como ya hace muchos siglos subrayó Hesíodo: Los dioses y los hombres odian igualmente al que vive sin hacer nada, semejante a los zánganos, que carecen de aguijón y que, sin trabajar por su cuenta, devoran el trabajo de las abejas. Pero con toda deferencia a tan excelente amigo, y tan merecedor patriota, no puedo estar de acuerdo del todo con sus sentimientos; pues es aquí donde se echa en falta una auténtica reforma de la escuela. Hace ya casi trescientos años que vio la luz por vez primera una modesta proposición, y aunque muchos fueron los sinsabores que me granjeó, en aquella ocasión no reparé en otro remedio más que el gastronómico. Pasados los años, viene a bien sustituir la gastronomía por la pedagogía.

Pero entremos en detalle, Quod natura non dat, Salmantica non praestat. Tan cierto como que el primer día de enero que vendrá será el primer día del año, no se hizo la miel para la boca del asno. En los barrios y zonas más humildes de nuestro reino la escuela pública debe olvidarse de los complejos y elevados conceptos científicos, las gemas mejor talladas de nuestra cultura. Debe soslayar que la letra con sangre entra y, por el contrario, debe entregarse, mediante el juego y el entretenimiento, a la tarea de suavizar y templar el ánimo a través de una instrucción básica, lúdica y emocionalmente bien dirigida; y fomentar la resistencia, la fortaleza corporal y los hábitos saludables a través del ejercicio físico diario. Los doctos especializados en ciencias abstractas y complejas que ejercen la docencia deben paulatinamente ser sustituidos por monitores de buena voluntad que no tengan miedo en abordar toda la instrucción básica de la etapa escolar obligatoria. Enseñar a saber hacer más que enseñar a saber. Con el método adecuado cualquiera puede convertirse en director de orquesta. El lema que debe presidir nuestras instituciones escolares públicas debe ser: obediencia y paciencia son la mejor ciencia.

Nuestra gobernanza no debe cejar en su afán de mantener a este alumnado entretenido el tiempo suficiente como para, una vez finalizado su periodo de enseñanza obligatorio, reconducirlo a aquellos sectores esenciales que nuestro reino exige. De entre el alumnado más cualificado se reconducirá a la pequeña industria local y grande si la hubiera. Al alumnado que no alcance una cualificación técnica para labores poco cualificadas de la industria local se le ha de reconducir hacia el ámbito más básico de nuestra economía: el campo y la mar, la hostelería y los supermercados, los repartos y los cuidados domésticos. Ansina pues, que de ser precavidos y diseñar correctamente la instrucción, a esta edad podemos poner, de una vez, fin a ese mal moderno que consiste en que gente de otros malaventurados reinos, huyendo del hambre y de la pobreza, terminen haciendo el trabajo que nuestros holgazanes jóvenes no quieren hacer. Mientras que, para bien de las hacendadas familias, se debe garantir otra escuela que entienda que: la cultura y la educación no son simples pasatiempos.

Creo que las ventajas de la proposición que he hecho son obvias y muchas, además de ser de la mayor importancia. Aunque pueda tener dudas de su solidez, confío en que mentes doctas y sabias tengan a bien encontrar y proponer otras soluciones tan inocentes, baratas, fáciles y adecuadas a los nuevos tiempos que, por desgracia, nos han tocado vivir.

Profeso, en la sinceridad de mi corazón, que no tengo el más mínimo interés personal en promover estos necesarios cambios, no teniendo otro motivo que el bien público de mi país, dando alivio a la pobreza y proporcionando algún placer a los ricos.

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