El que no trabaja, que no coma.

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Sentencia que viene de lejos y que anclamos en la tradición judeo cristiana a partir del texto de la segunda carta de Pablo a los Tesalonicenses (3, 7-12) en el Siglo primero. Pablo da ejemplo de cómo quien vive en comunidad mira por ella y, precisamente por ello, aporta su trabajo para no ser gravoso a la misma. Podría Pablo, que visitaba las primeras comunidades, dejarse agasajar por ellas y dedicarse a la vida contemplativa, a no hacer nada, sin embargo el dice: “Ya sabéis cómo tenéis que imitar nuestro ejemplo: no vivimos entre vosotros sin trabajar, nadie nos dio de balde el pan que comimos, sino que trabajamos y nos cansamos día y noche, a fin de no ser carga para nadie.” Y concreta el motivo: “quisimos daros un ejemplo que imitar” para terminar sentenciando: “Cuando vivimos con vosotros os lo mandamos: El que no trabaja, que no coma.” Y esto lo reseña en su carta Pablo porque “nos hemos enterado de que algunos viven sin trabajar, muy ocupados en no hacer nada.” Y a estos les manda que “trabajen con tranquilidad para ganarse el pan”. Tema de actualidad debatido en el marco de las políticas de “ayudas”, “subsidios” y otras zarandajas que los políticos utilizan a diestro y siniestro, precisamente porque es lo “fácil”, porque para ellos sólo supone “gastar dineros”, los del pueblo es ese montaje de beneficencia.

Viene a cuento este asunto precisamente cuando en este país más de 4 millones de personas no tienen trabajo y además más de 8 millones de personas se encuentran en la pobreza. Ante este panorama tan desolador y doloroso para millones de familias conviene recordar lo que Gandhi escribió en Youn, una aldea India en 1925: “La única norma sería «El que no trabaja, no come»”. Esta afirmación surge del análisis de la realidad en la que vivía y donde, con mucha frecuencia, la extrema pobreza y la hambruna sólo se paliaban, y muy parcialmente, con las dádivas de alimento a una población necesitada y en la que un sector de ella se había acostumbrado al limosneo. “Cada ciudad tiene su propio y difícil problema de mendigos, problema del que es responsable la gente adinerada. Sé que es más fácil arrojarles comida gratis a los holgazanes que organizar una institución donde haya que hacer un trabajo honesto antes de recibir la comida.” Considera Gandhi que aunque sea más complejo, más laborioso, poner en marcha iniciativas que permitan a cada persona poder ganarse su sustento, “a larga será más económico, si no queremos aumentar en proporción geométrica la raza de haraganes que está invadiendo rápidamente esta tierra”. Sucinta, pero necesaria, es la referencia a Gastón Leval, que en su obra “Estructura y funcionamiento de la sociedad comunista libertaria” publicada en 1936 y reeditada recientemente por Aula Libre CGT., abunda en el análisis de este asunto, dando alternativa a esta terrible sentencia.

Los tres pensadores son conscientes de que la dignidad de cada persona requiere la cooperación comunitaria para vivir humanamente. En una actualidad donde la individualismo raya el paroxismo, parece prudente convenir que sólo por la cooperación de un colectivo la vida humana es posible, tanto desde un punto de vista biológico como ético. Se inundan los canales de comunicación de mensajes que encierran un “sálvese el que pueda”, afirmando que la competitividad es la única salida y que sobrevivan los más capaces, los más preparados, los más aptos, los más ricos, los más poderosos… Pero la inmensa mayoría, el común de los mortales, son fuertes, son capaces cuando cooperan, cuando suman energías unos con otros. La individualidad les hace débiles, fácilmente explotables y cuando “no son rentables” prescindibles, eliminables. La clave para cerrar un arco que soporte el presente y el futuro cercano pasa por la aplicación de una inteligencia y una ética comunitaria que sin duda supondrá el reparto del trabajo y de la riqueza.

Fdo Rafael Fenoy Rico

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